Mi relación con la danza y el movimiento empezó aún antes de mi nacimiento. Soy hija de una bailarina y estando en el vientre de mi madre, ella bailaba en la primera compañía de danza contemporánea del Teatro San Martín, dirigida por Renate Shotellius.

Pocos meses después de darme a luz ganó el premio a la mejor coreografía del año con “Cuento del Amor Burlado”. Crecí en estudios, entre clases, ensayos, teatros, jugando con mi hermano entre las escenografías, vestuarios y nuestras fantasías. A mí me gustaba bailar, creando formas en mi imaginación. Fui a clases de danza y de expresión corporal desde pequeña, y todavía recuerdo una experiencia muy vívida, en la cual yo movía unas bolsas imaginarias, bailando la acción, sintiendo al mismo tiempo que realmente estaba haciendo aquello que mi cuerpo y mi movimiento evocaban. En ese espacio me sentía libre, allí podía ser.

Tiempo después, con apenas once años, comencé a aprender y a tomar clases del sistema de Fedora Aberstury. Pasaba una hora, caminando de una pared a la otra, colocando la lengua, repitiendo la frase, y sintiendo la energía en las yemas de mis dedos. Pasé a incorporar esta forma de trabajo como algo natural y orgánico. Sentía que la posibilidad de cerrar los ojos e imaginarme o percibir mi cuerpo desde adentro era algo que nos sucedía a todos. Amaba también bailar con los ojos cerrados en la naturaleza; allí también me sentía libre, y creo ahora que ese estado de libertad y comunión, desde el cuerpo mismo, fueron parte de mis primeras vivencias espirituales. Varios años más tarde, desarrollando una carrera deportiva, trataba de incluir en mis entrenamientos lo aprendido en las clases de trabajo corporal. Ardua tarea de integrar dos mundos y dos perspectivas respecto al movimiento tan lejanas una de la otra. Viví ambos mundos con intensidad durante mucho tiempo, yendo de las clases de danza y composición, a los entrenamientos, a la escuela de técnicas corporales de Nusha Teller, al profesorado, a las clases de teatro con Roberto Saiz. Sentía una búsqueda, y la misma iba de la mano del movimiento, pero aún no tenía palabras para explicarla o comprenderla. Mi primera formación de grado fue un intento de vincular arte y docencia – la enseñanza a través del arte del movimiento.

Ya por ese entonces, hubo en mi vida otra influencia muy importante. La presencia de Fidel Moccio, médico psiquiatra y psicodramatista, su seriedad, su humildad, su entrega apasionada a ir siempre un poco más allá de lo convencional, esa apertura a lo nuevo, y su espíritu creador dejaron sus marcas. Fidel trabajó junto a mi madre, Beatriz Amábile, durante veinte largos años, desarrollando inicialmente el Taller de Terapias Expresivas y luego la Escuela de Creatividad. Tuve el privilegio de recibir sus enseñanzas, tanto en los primeros talleres y cursos, como en las charlas de sobremesa, en tardes y noches de fogones en el tigre, y en los innumerables momentos en los cuales la creatividad de ambos se filtraba y derramaba agitando las aguas cotidianas conocidas. Aprendí de Fidel, sobre todo el valor de la pregunta, y el coraje para poder hacerla más allá de toda respuesta. Gradualmente, el movimiento se volvió para mí la puerta a otro mundo, a ese misterioso mundo interno de la imaginación, sensaciones y emociones, de aquello que no entendemos pero sabemos que existe.

Buscando entonces el puente entre el cuerpo y la psique, viajé a Estados Unidos a estudiar Dance Movement Therapy en la Universidad de California, en Hayward. Fue fascinante descubrir que aquello que tanto me atraía ya había sido desarrollado y formaba parte de una profesión, danza movimiento terapia, la cual contaba con programas de estudio en numerosas universidades a través de todo el país. Tuve nuevamente el privilegio de conocer y estudiar con grandes maestras; grandes, no solo por sus conocimientos, sino por la actitud y generosidad con las cuales éstos eran ofrecidos, por la sencillez y la entrega, propias del que realmente sabe. Cuando por primera vez fui introducida a la forma de Movimiento Auténtico, de la mano de Neala Haze, sentí que había llegado a casa. Allí otra vez, recuperaba esa experiencia de libertad, esa posibilidad de ser. Supe entonces que acababa de encontrar aquello que había ido a buscar, y dediqué los cuatro años siguientes al estudio intensivo de esta disciplina. Formé parte del tercer grupo de entrenamiento de Janet Adler, asistí a los seminarios intensivos, a veces de hasta cinco días, y también trabaje con ella individualmente. Fui mover y testigo junto a mi peer group semanalmente, e integraba mis experiencias en movimiento auténtico en mi trabajo analítico con Tina Stromsted. Consulté y supervisé con Joan Chodorow. Fueron cuatro años largos e intensos, en los cuales el descenso en mi cuerpo, la invitación a experimentar el movimiento no desde lo ya sabido, sino desde la escucha y lo aún por descubrir, me condujeron al encuentro de una realidad intuída pero nunca conocida, e inconmensurable en su profundidad. Completé mi graduación en dance movement therapy con una tesis sobre Movimiento Auténtico, más específicamente: The Bridge: A Comparative Study on the Impact of a Trascendent Experience on Conscious Personality.

Necesité otros cinco años viviendo en contacto directo con la naturaleza para poder enraizar aquel proceso iniciado en 1989 a través de la práctica de Movimiento Auténtico. Como consecuencia natural fue surgiendo nuevamente la necesidad de continuar profundizando mi comprensión respecto a los procesos psíquicos y su manifestación física y simbólica. Esto me condujo a realizar estudios de grado en Psicología en la Universidad de Buenos Aires y de postgrado en psicoterapia clínica con orientación analítica en la Universidad Católica de Montevideo, Uruguay, y casi como una consecuencia natural, a completar también la formación como analista Junguiana, miembro individual de la IAAP (Asociación Internacional de Psicología Analítica). Otros diez largos años de nuevos aprendizajes, profundización, enriquecimiento y también encuentro con la generosidad de nuevos referentes, maestros, colegas del ámbito de la psicología junguiana a nivel nacional e internacional.

Cuando comencé mi práctica en Movimiento Auténtico, mi cuerpo recordó la experiencia vivida y aprendida a través del sistema de Fedora Aberastury. Mirando desde acá, veo las mismas huellas presentes en mi danza cargando bolsas imaginarias, o moviéndome con los ojos cerrados a orillas del río entre los árboles. Poder experimentar el movimiento que emerge más allá de mi voluntad, decisión o control me devolvió a los lugares sentidos de mi historia, a esa experiencia tan propia de nuestra naturaleza y tan olvidada también, a la posibilidad del contacto o encuentro directo con aquella realidad misteriosa que nos coloca de frente con nuestra finitud y lo inagotable del devenir. Karin Fleischer Marzo del 2007 /2015