Ana Rubiolo

No tiene ningún sentido si no tiene ritmo
Duke Ellington e Irvin Mills

Haciendo Movimiento Auténtico se fue dibujando en mí un paisaje interno poblado de imágenes, vivencias, sensaciones.
Una de las imágenes que me surge recurrentemente cuando me muevo es la de «una mujer ancestral, de piel cobriza, realizando un canto ritual en relación con la tierra.
Esta tierra no tiene límites ni fronteras, es una llanura infinita.»
Bailo, canto, encarno este personaje ancestral.
Al interrogarme sobre el sentido de esta imagen aparecen otras: en un ejercicio de grupo terapéutico, me visualizo con una túnica ocre con guardas amarillas. Se me ocurre que puede ser una vestimenta mapuche. Me veo con le pelo negro y la piel oscura, parada en un territorio sin límites y mirando las aguas de un río.
Explorando en psicodrama, la «matriz de juego», nos ponemos a jugar.
Yo me hamaco, repitiendo rítmicamente, sonidos, vocales, fonemas sin sentido.
Luego surge el recuerdo. De pequeña me sentaba en una sillita en medio del patio, mirando hacia el cielo. Me balanceaba y «cantaba» cosas que yo no entendía pero que creía que alguien las estaba escuchando. Una presencia oculta detrás de alguna nube o tal vez un ángel protector.
De adolescente seguí creando ritmos en la guitarra. A partir de estos estímulos me surgían imágenes que escribía como poemas.
En el transcurso de la experiencia en Movimiento Auténtico, mi madre se enferma gravemente y muere al poco tiempo. En el momento que la descubro muerta, estoy sola con ella en la habitación. Bailo y canto a su alrededor una danza que surge de lo más profundo de mí. Esto alivia mi dolor. Siento que es mi mejor manera de ayudarla a partir.
Revisando las cosas de mi madre descubro un álbum de fotos. Entre todas, hay una que me llama la atención, no alcanzo a reconocer a una de las personas allí fotografiada: Veo una mujer negra de cabellos blancos moteados sosteniendo en sus fuertes brazos a una niña blanca de cabellos y ojos muy grandes, renegridos. Le pregunto a mi padre por esa foto. Él me dice: «esa mujer negra es tu bisabuela, la niña en sus brazos es tu madre».
Quedo profundamente impactada.
Él sigue hablando. Me cuenta que la llegó a conocer, que murió poco antes de que yo naciera.
Vivía en un cuartito construido en ese patio donde yo jugaba de niña.
Me irrumpen imágenes, pensamientos, intento algunas conexiones
¿Sería esa la presencia que me acompañaba de niña cuando me hamacaba en mi sillita?
¿Era a ella que yo le cantaba? ¿Era su energía que danzaba en ese patio y que contagiaba de ritmo a mi juego?
Mi desconcierto es grande. Hasta ese momento yo me había identificado «racial mente», por decirlo de alguna manera, con la rama paterna de mi familia. Me veía como nieta de inmigrantes europeos.
Y¿porqué yo «no sabía» lo de mi bisabuela materna?.
Papá me cuenta que la «negritud» de mi bisabuela era vivida con vergüenza por mi abuela y por mi madre y entonces se ocultaba bastante celosamente.
Visualizo a mi abuela como una hermosa morocha de sonrisa contagiosa y labios gruesos.
Recuerdo la profunda mirada de mi madre, sus ojos negros, su piel blanca…
Tanto mi madre como mi abuela se casaron con inmigrantes italianos, rubios y de ojos claros. ¿ Esta elección habrá reforzado el ocultamiento?
¿Cómo se llamaba la bisabuela, papá?
– Catalina Arroyo.
Reaparece en mí, la imágen de la mujer de piel oscura mirando el río, ¿o era un arroyo?
-¿Y mi bisabuelo…?
– Quiroga, era criollo .
Pienso… mezcla de indio con blanco. No encuentro fotos de él.
A partir de este develamiento, mi cabeza estalla en asociaciones y recuerdos.
• «Me veo de pequeña, en la casa de María Elena» mi vecina. La recuerdo, negra, esbelta, con un vestido rojo. Estoy jugando con su hijo, ella está escuchando un programa de jazz.
Yo poco a poco me voy poniendo muy mal, es por la música, tengo ganas de huir, de salir corriendo. Me empiezo a desesperar, le pido que saque esa música. Ella me explica que es una música muy linda pero muy triste, de los negros del sur de Estados Unidos, yo sigo mal, angustiada, quiero volver a mi casa, ella pacientemente apaga la radio.
• También recuerdo que en esa época la música que más me gustaba era la Bossa- Nova porque endulzaba la tristeza de mi corazón,
• otro recuerdo, la máscara de un joven negro jefe de una tribu africana, que hice en escultura
• y otro, cuando pinté mi cara «mitad negra y mitad blanca» en una clase de creatividad y cuando hicimos títeres y a mi me surgió «el negro candombero». Beatriz, nuestra coordinadora, comentó que el primer títere que uno hace casi siempre se refiere a la propia imagen… En ese momento yo «no entendí».
• También evoco mis viajes a Brasil, el compartir de batucadas, carnavales, sonar de parches, sentirme una más entre ellos.
• Pienso: ¿Será por este origen negro que me atrae tanto la batucada, el candombe, el repiqueteo de bombos en el folklore argentino, todos estos ritmos tienen un origen afro. Gente de color que expresa su sentir, sus vivencias con el cuerpo, rítmicamente. ¿Estará ahí presente mi pasado?
• ¿Cómo pensar la recurrencia de imágenes de piel oscura en mis producciones imaginarias?, ¿cómo entender este ritmo «conocido por mi cuerpo» ?
• No hay encuentros casuales, uno se enfrenta a lo largo de su vida a las personas y los lugares que le hacen de espejo, que te brindan la posibilidad de conocerse más profundamente.
• Mi cuerpo «sabe» un saber que de a chispazos mi conciencia recupera.
• El mapa (de mis imágenes y recuerdos) no es el territorio, sólo algo que me orienta en el camino.
O bebemos en pequeños sorbos nuestra sombra o ella, harta de ser herida por nuestra indiferencia, nos devorará algún día. ¿Es por eso que la gente deambulan por ahí, cargando sobre sus espaldas, instalando en sus cuerpos, sombríos personajes, que no logra reconocer?. ¿Es por eso que nuestra cultura tiene terror a la muerte? ¿Muerte de qué?, ¿muerte de quién? ¿Del cuerpo? ¿Del alma? ¿De la conciencia? ¿Qué es lo que muere y cuándo?.

Escrito publicado en la Revista de Psicología, Campo Grupal